Introducción:
La palabra suicidio procede de dos términos en Latín: sui que
significa “de sí mismo”, y caedere: que significa “matar”, es decir, “matarse a
sí mismo”.
Este acto, en diversas épocas y culturas, tuvo valores diferentes:
Probablemente ha existido desde siempre y en muchas
sociedades, pero a lo largo del tiempo ha cambiado su valor. Anteriormente a la
era cristiana, en la Roma clásica, el suicidio tenía un valor favorable. Para
ellos, la vida merecía la pena ser vivida en términos de cualidad más que de
cantidad. Con el advenimiento del cristianismo, el suicidio se transformo en un
acto contrario a la razón y pecaminoso. San Agustín en el siglo IV y, más
tarde, en el XIII, Santo Tomás de Aquino dan cuerpo teórico a esta posición.
Esta idea ha sido fundamental en el mundo occidental hasta casi nuestros días y
ha penetrado la sociedad a través de generaciones. Basta recordar para ilustrar
este aspecto, el tratamiento legal que la mayoría de los países occidentales han
dado al suicidio (hasta el año 1961 el suicidio estaba penado en Inglaterra,
por ejemplo). El siglo XVIII trae nueva luz, con la aparición de Rousseau quién
parece desplazar a la sociedad el pecado, y con Hume, el cual trata de
descriminalizar el acto suicida. El estudio moderno del suicidio comienza con
el siglo XX.